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Artículo sobre Quién mató a Norma Jean (Cómic, 1977 - 1975)

El mundo de C.H.G


¿Quién mató a Norma Jean? Posiblemente quien le hizo llamarse Marilyn Monroe. Al final, Marlowe se encontró un cadáver, otro, y nadie le dio mayor importancia. Carmelo Hernando Gonzalez (C.H.G de ahora en adelante) nos propone, en las siguientes páginas, leer la historia, la intrahistoria de la muerte de Norma-Marilyn y es aconsejable, para ver llegar la muerte, detenerse por lo menos diez minutos en cada página, tratar de encontrarse a uno mismo y a todo lo que le oprime en cada viñeta.

No estamos ante un cómic culturalista. Es algo más que un cómic, tal como tradicionalmente se ha venido entendiendo, y por ello está enriquecido y puede ser acusado de intelectualista. Hay que remontarse unos años y volver a asistir a una polémica, nada estéril, por cierto, de donde surgió el cómic moderno y que posibilita la riqueza de lectura del que presenta C.H.G.

Los años 60 y Europa fueron las coordenadas donde se desarrolló un cómic moderno y culto. Aunque en Estados Unidos se venía realizando, fue en la acomplejada Europa donde se racionalizó el fenómeno. Del vigor con que surgió son pruebas no sólo los mismos autores que lo practicaron –y practican-, sino también la multitud de revistas y libros que estudiaron un fenómeno de la industria cultural, el cómic, hasta entonces despreciado por una supuesta cualidad “subcultural”. El cómic, podía ser vehículo de planteamientos que fueran más allá de lo puramente comercial. A esta hipótesis-hipótesis por poco tiempo, pues dibujantes franceses, italianos y españoles se encargaron de demostrar que era una realidad-, de signo recuperador y progresista, se opuso una corriente reaccionaria que no quería ver en el cómic más allá de la recreación de sus traumas y alineaciones infantiles. Desgraciadamente, lo progresista tiene un mercado limitado.

Con todo, numerosos autores –de las nacionalidades citadas y, en primer lugar, norteamericanos, padres del invento al fin y al cabo- hicieron posible lo que parecía un milagro: un cómic para adultos, que no sólo entretuviera, sino que también formulara una serie de cuestiones al lector sobre la sociedad en que veía la luz la historieta. Es un tópico hablar del italiano Guido Crepax, que no hizo más que descorrer los tupidos velos que sumergían el cómic en el complicado y concéntrico mundo infantil. Detrás de Crepax, multitud de dibujantes, y él mismo, ahondaron en esa veta, acompañados del desprecio de los nostálgicos y de la incomprensión que, en los últimos meses han fraguado en cooperativas de dibujantes que editan sus propias revistas con historietas que no se someten ni al dictado de los editores, ni a los caprichos de los lectores, de composición heterógena por lo general. En España tenemos un ejemplo, que es la transformación de la revista “Bang!”, hasta ahora consagrada al estudio y crítica del tebeo español y que ahora se dedicará, en parte, a ser una publicación cooperativa de historietistas e interesados en ese medio.

C.H.G., por si no se había entendido, se suma a esta corriente. Hay una diferencia fundamental con los profesionales del cómic concienciados del medio que manejan: C.H.G. empieza ahora a ser profesional y su extracción es universitaria. Defectos o ventajas, da igual, el oficio ha de cubrir, más adelante, las diferencias. Pero tiene una ventaja fundamental, derivada de su condición de novel: no se preocupa por competir y todos los materiales, incluidos los de otros dibujantes, le valen para recrear un mundo propio y una cultura conductora del relato. Esta es la de la generación que, años más tarde, impulsaría el cambio social. Una cultura a la que sí es aplicable el calificativo de subcultural: imperialista –las primeras imágenes del “american way of life”, alienante, depresiva...

Ahí están esas imágenes, extraídas de nuestro pasado reciente, cuando este país, a bandazos entre dictadores y tecnócratas, pretendía revivir. De algo sirvieron, en los 60 y primeros 70, esas imágenes: era el mundo que no se deseaba, la iconografía con que se disfrazaba la miseria moral.

Es, sin duda, mucho más manipulable la imagen que la palabra escrita. Por eso, C.H.G., que ha manipulado escrupulosamente toda esa imaginería apolillada, o que comienza a estarlo, recupera, algo mágicamente, un bagaje despreciado por “demodé” y, demuestra que la objetividad –como los conceptos abstractos- no existe, su efecto es justamente el contrario del que se buscaba cuando, en su día, se publicaron. Lo que eran imágenes adormecidas hoy son reveladoras, sacuden al lector y le explican quien y porqué se mató a Norma Jean, a Marilyn Monroe, precisamente un símbolo para los que, en los años que antes recordaba, dijeron “Ya está bien” y comenzaron a cambiar España.

Una última nota: recientemente, Carlos Barral, el escritor y editor catalán, arremetía contra los tebeos y contra el cómic como medio de expresión en su colaboración habitual en un semanario madrileño. Hay que hacerle, pues, un cariñoso envío de este “Quién mató a Norma Jean?”, de C.H.G. Si era racional su crítica, racional será su revisión del tema. 

IGNACIO FONTES
© Ignacio Fontes
© Zoom, nº 6
Madrid, 1977